LLAMADA DE UN DESCONOCIDO

Amigos, les comparto un pequeño relato de mi autoría. Muy ad hoc en estos tiempos pandémicos. Les cuento que éste es un pequeño ejercicio de escritura para la creación de personajes de un curso que estoy tomando. 


LLAMADA DE UN DESCONOCIDO


Había vuelto a casa después de terminar la última sesión de yoga de la semana. Mis fines de semana habrían sido un poco más largos si no fuera por esa sesión sabatina matutina que, desde que inició la cuarentena, el gerente me pidió que impartiera frente a una cámara para transmitirlo en vivo y que los usuarios del gimnasio hicieran la rutina desde casa, no pude negarme, después de todo es mi trabajo. Aunque solo me toma dos horas el ir a grabar la sesión, es el tiempo suficiente para que mi hora del desayuno se arruine. No acostumbro a hacer yoga con el estómago lleno y desayunar después de las once de la mañana, no sé, me parece muy tarde. 
Era casi el mediodía cuando el sonido del teléfono me distrajo de aquel mal desayuno que intentaba disfrutar. Una voz grave, masculina y seria me preguntó si había tomado un taxi el pasado día martes a las 16:42 horas. Quedé bloqueada mentalmente en ese instante, nunca había recibido una llamada de esa naturaleza, casi siempre se inicia con un saludo. Me extrañó bastante. Repitió la pregunta:
—¿Usted tomó un taxi el martes a las 16:42 horas? 
—¿Disculpe, quien llama?
—Me comunico del Ministerio de Salud de Singapur. Responda mi pregunta: ¿tomó un taxi el martes a las 16:42 horas? — insistió tajantemente.
—Si, si, es decir, creo que sí. Estoy revisando el horario en la aplicación de mi celular en este momento y sí, esa es la hora precisa, el viaje duró seis minutos. 
—Bien, le comento que estamos realizando el rastreo de personas que hayan estado en contacto directo o indirecto con un grupo de pacientes que han dado positivo a la prueba de COVID-19, ya que pueden ser posibles infectados de coronavirus, y usted es una de ellas. Le pedimos que permanezca en casa y espere a que personal del Ministerio de Salud acudan a su domicilio para tomar algunos datos. 
—De acuerdo, pero ... —y antes de formular mi pregunta, colgó.
Sentía la sangre completamente congelada, pensé que podría tratarse de una broma telefónica, pero, desde que había llegado a vivir aquí nada de eso me había ocurrido. Sabía que estaba siguiendo las medidas sanitarias que el gobierno había mostrado por televisión. ¿Me iba a morir?, ¿cómo pude haberme infectado?, no he estado en ningún otro lugar que no sea mi casa y el gimnasio, ¿acaso el taxista se encontraba infectado cuando me trajo a casa? Fui corriendo a lavarme las manos lo mejor que pude. Comencé a caminar en círculos ansiosamente sin saber qué debía hacer. Quería llamar a mi madre con la mayor urgencia posible, pero ella se encontraba en una cuarentena mucho más estricta que la mía. En España la policía resguardaba las calles. Pensé que si le decía esto podría causarle mucho estrés y para su edad no era nada bueno, así que decidí guardar la calma, respirar profundo y esperar a que el personal de salud llamara a mi puerta. 
El café se había enfriado por completo, lo derrame sobre el lavatrastes, no tenía caso seguir bebiéndolo. Mi desayuno no podía estar más arruinado. Devoré todo sin detenerme a saborear nada, únicamente quería comer para que mi cuerpo tuviera los nutrientes, no sabía si podría comer después. Al cabo de unos cuarenta minutos sonó el timbre del departamento, se trataba del señor Leong; un profesor jubilado que vive cruzando el pasillo. Es a quien pago la renta del lugar, mi casero. No acostumbraba hablar con él si no era para pagarle la renta. Pero aquel día se encontraba frente a mi puerta en su habitual posición encorvada, un poco preocupado y vistiendo un pijama viejo:
—Melissa, buen día, perdona si te interrumpo en algo, pero me han llamado del Ministerio de Salud desde muy temprano buscándote. Sé que trabajas por las mañanas así que les dije que no estabas en casa. Pregunté si querían dejarte un mensaje, pero se negaron, dijeron que seguirían intentando contactarte. La persona que llamó se notaba muy seria, pensé que podrías estar en peligro y me preocupé por ti. 
—Le agradezco señor Leong, pero ya me he comunicado con ellos — dije con una sonrisa fingida —puede estar tranquilo.
—Muy bien Melissa, pero ¿te sientes bien?, ¿no estás enferma? Si te sientes enferma puedes llamar a mi puerta. Tengo tantas medicinas y de tantos tipos que podría curar lo que fuera. 
—Muchas gracias señor Leong —intenté sonrojarme— pero sólo querían corroborar algunos datos sobre mi servicio médico, pero ya todo está bien.
Quería inspirarle confianza, tuve que mentir.
—Entiendo. Bien, pues seguiré con mis deberes. Insisto, si necesitas algo puedes decirme. 
—Así lo haré, muchas gracias.
—Muy bien —dijo. 
Cerré la puerta y se fue.
Sabía, por los noticieros, que el virus era peligroso para los ancianos. No quería que el señor Leong se sugestionara por mi culpa, supongo que, igual que mi madre, las personas adultas son más susceptibles a entrar en pánico por estas cosas porque sienten débil su propio cuerpo al no tener la misma habilidad que cuando eran jóvenes. Yo no sabía si considerarme adulta o no. Escuché unas voces por la ventana, eran ellos. Tres funcionarios, pude observarlos desde la ventana por detrás de la cortina. Estaban en la puerta del edificio corroborando el número de la dirección contra un papel que tenía uno de ellos en la mano. La puerta principal siempre está abierta, entraron y los escuche subir las escaleras hasta dar con mi puerta. 
—Es aquí —dijo uno de ellos y golpeó la puerta fuertemente tres veces. —¡Ministerio de Salud! — añadió.
Pensé; ¿acaso no ven que hay un timbre? Su falta de modales no solo se percibe cuando llaman por teléfono si no hasta cuando llaman a la puerta de un departamento tan pequeño donde cualquier ruido, por insignificante que sea, se puede escuchar perfectamente. Pero éste no era momento de montar en cólera. Así que abrí. Vi a los tres funcionarios vestidos con ese traje blanco que había visto en la televisión que vestían los doctores en los hospitales de China para atender a los infectados. El traje los cubría de pies a cabeza, tenían unos guantes de hule color azul, y en la cara esas máscaras con un filtro para respirar pegado a un visor por donde solo veía mi propio reflejo. Para mí, eran tres personas completamente iguales, sin identidad. Tenía frente a mí a tres astronautas. Uno de ellos tenía un rociador con una sustancia que después esparció por todo el departamento, supongo que con el fin de desinfectar o algo por el estilo. Otro, tenía un maletín blanco del que más adelante sacó una mascarilla especial con un pequeño filtro circular plástico y me la dio. El tercero de ellos, que fue el único que habló durante toda su estancia, se presentó en cuanto me tuvo de frente:
—¿Señorita Melissa Giménez? —preguntó.
—Sí, soy yo.
—Lian Hua, del Ministerio de Salud. Como le comentaron vía telefónica, estamos rastreando el origen de un foco de infección de coronavirus. Le haré unas preguntas y quiero que las responda con el mayor detalle posible, sobre todo de las cosas con las que ha tenido contacto físico. 
—De acuerdo —respondí.
Ordenó unos papeles sobre su tabla, sacó un bolígrafo y adoptó una posición para escribir.
—Primero los datos, nombre Melissa Giménez, ¿edad?
—Veintiséis.
—¿Nacionalidad?
—española.
—¿Cuánto tiempo hace que vive en Singapur?
—Un año y cuatro meses.
—¿Vive alguien más en el domicilio además de usted?
—No, solo yo.
—¿Ha salido de casa en los últimos diez días?
—Si.
—¿Dónde ha estado?
—Soy instructora de yoga en un gimnasio. Voy a hacer grabaciones desde las instalaciones para transmitirlas en vivo porque el gimnasio está cerrado para los usuarios. Solo tenemos acceso los instructores y el personal de limpieza, que ha estado rociando de cloro todo el lugar — excusé —. Es el único sitio donde voy, todas mis compras las anticipé desde hace más de dos semanas — añadí.
—El día martes, a las 16:42 horas, usted abordó un taxi. ¿Pagó en efectivo al conductor?
—Así fue.
—De acuerdo —dijo mientras escribía mis respuestas en los documentos. —¿Usa algún tipo de mascarilla cuando sale de casa?
—Uso ésta que compre en la farmacia.
Le mostré mi mascarilla.
—De ahora en adelante usará la mascarilla que le proporcionará mi compañero. ¿Ha sentido algún malestar como tos, fiebre, cansancio o congestión nasal?
—No —respondí mientras ajustaba la mascarilla al tamaño de mi rostro.
—¿Dificultad para respirar?
—No.
Intentaba verle el rostro a través del visor mientras escribía, pero no logré ver nada.
—Le voy a tomar una lectura de su temperatura corporal.
El agente del maletín le dio un dispositivo parecido a una pistola y me apuntó a la cabeza, escuche un “beep”.
—Treinta y siete punto uno. —
Lo escribió en el documento y continuó.
—De acuerdo señorita Giménez, le informo que, por cuestiones de seguridad sanitaria, debe permanecer en casa y entrar en cuarentena. Éste es un documento oficial donde usted hace constar que sus respuestas son verdaderas y que yo he estado aquí para aplicarle este cuestionario. Firme aquí por favor.
En verdad era un documento legal, lo firmé. Comenzaba a ponerme nerviosa.
—Pero, ¿cómo es que dieron conmigo? Es decir, ¿por qué soy sospechosa de estar infectada? Creo que he cooperado lo suficiente para merecer una explicación lógica de esta visita.
—Bien, señorita, le explicaré. A mediados de enero, un grupo de turistas de la ciudad china de Guangxi llegó a Singapur para visitar algunos lugares de interés. En su itinerario estaba una tienda de medicina tradicional famosa por vender aceite de cocodrilo, hierbas y otros productos. La vendedora de aquella tienda les dio masaje medicinal en los brazos con uno de los aceites. El grupo de turistas regresó a casa, pero crearon uno de los primeros focos de infección de coronavirus en Singapur. Esto lo sabemos porque la vendedora falleció el pasado miércoles por la tarde diagnosticada con COVID-19. Además, la guía de aquel grupo turístico se encuentra aislada y severamente afectada por el virus en un hospital de Guangxi. A partir de la muerte de la vendedora, se ha intentado rastrear a todas las personas que han tenido contacto con el foco de infección, hemos revisado cámaras de videovigilancia y todo tipo de material que nos pueda indicar quién ha entrado en contacto. Un foco de infección no identificado podría propagar la enfermedad rápidamente.
—Pero yo no he ido nunca a esa tienda de medicina tradicional que usted menciona.
—Lo sabemos, pero el taxi que abordó el pasado martes, también lo abordó la vendedora cuando acudió al hospital. Por el momento hemos contabilizado nueve personas infectadas, incluyendo el conductor del taxi, y es posible que usted también lo esté debido al acercamiento que ha tenido. Quiero dejarle en claro que por seguridad suya y la de otras personas; queda prohibida la visita de familiares, amigos y colegas a su domicilio. Las compras deberá hacerlas con servicio a domicilio y no puede salir bajo ningún motivo; de lo contrario podría hacerse acreedora a una severa multa o incluso encarcelamiento. ¿Le queda claro?
Tenía el visor apuntando a mi rostro, imagino que me miraba a los ojos fijamente esperando una respuesta afirmativa.
—Está claro, señor.
Entendí, por la seriedad del agente, que no violaría la orden. Sé que vivo en un lugar donde haces lo que te dicen.
—Le dejaré este número al que tendrá que ponerse en contacto en caso de presentar algún síntoma. De cualquier modo, nos comunicaremos con usted dentro de dos semanas. 
Me entregó una tarjeta con su nombre y un número telefónico. 
—Pondremos un anuncio en su puerta para indicar que su domicilio se encuentra en cuarentena. Hasta luego.

Terminaron de revisar los pocos rincones que hay en mi departamento y se fueron. Los observé desde la ventana, en ningún momento se quitó la mascarilla ninguno de los tres. No sabía si era momento de llamar a mi madre, se me ocurrió que ella no tendría porqué saber lo de mi encierro, después de todo ella estaba en España donde toda la población permanecía en casa y era de suponerse que Asia no era la excepción, no tendría por qué sospechar nada. Pensé que sólo en caso de enfermar sería el momento de decírselo. 
Todo ese asunto me puso al borde de un ataque de ansiedad. Fui al refrigerador, abrí una botella de agua mineral y la bebí de un sorbo. Estaba agotada. Me dejé caer sobre el sofá y cuando desperté se había ocultado el sol.

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