La risa
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A mí no me disgusta dar risa. Es más, me esmero en provocarla. |
Hay muchas reacciones que uno puede provocar en los demás: ira, amor, ternura, odio... Algunas son gratuitas como la envidia; otras, onerosas como la admiración, o penosas como la lástima. Pero la que a mí más me intriga es despertar risa. ¿Por qué algunas personas nos dan risa? ¿Es una gracia especial con la que nacen, una virtud que desarrollan o el efecto de proyectar nuestra malicia sobre ellos?
A mí no me disgusta dar risa. Es más, me esmero en provocarla. No es que me haga el chistoso y tampoco busco ridiculizarme para que a todo costa el otro ría, pero siempre encuentro alguna ocurrencia con la que consigo que en mi interlocutor aflore si no una carcajada sí por lo menos una sonrisa, y eso me da placer. Cuando río con los demás me siento en familia, formo parte de algo que nos rebasa a todos, que es mayor que la suma de quienes simplemente estamos riendo. Y sin comprender bien de qué se trata, sé que se trata de eso, que el sentido es ése. Nunca dudo de la risa cuando la risa es comunión.
Y aunque sé en carne propia que hay risas excluyentes, risas sardónicas que cortan, y burlas feroces que mutilan de una sola vez y para siempre, hoy quiero pensar en la risa que hermana, en la alegría ligera de quienes ríen a sus anchas, literalmente, quitados de la pena. Esa risa que ha fundado mis más queridas y las más instantáneas familias de las que he formado parte, es una risa fresca que neutraliza la vigilancia, depone la guardia y cuando pasa es nada, pues realmente nada la provoca, y si se le busca algún motivo, por más que se escarbe, uno descubre que se ríe por nada.
Esa risa bendita es puro escandaloso acuerdo, resultado del azar que anda de buenas haciendo que lo dispar embone, pues quienes se ríen con carcajadas solidarias tienen causa suficiente y razón de ser sobrada para ocupar un sitio en el universo, y es que, aun sin saberlo, los que forman el "coro" de la risa son quienes no están de más, porque en la risa nunca sobra nadie: están todos invitados , aunque puedan adelantarse unos y otros rezagarse, en muy poco tiempo se empatan para llegar al dilatado mientras cuando los que son ríen juntos —que es mucho más que reír a la vez—.
Porque la risa es la comunicación más amable y la menos equívoca. Y no porque quienes rían se entiendan, sino por algo más fundamental: entienden. La risa es la única sabiduría a la altura de la seria, ridícula y compleja simplicidad del universo y, además, al alcance de todos: una sabiduría sin reglamentos ni lenguajes cifrados para expertos, y tan clara que no necesita traducción, pues todos nos reímos en el mismo idioma: el de los extremos de los labios subiendo hacia las orejas. Un idioma universal cuyos vocablos son más parecidos al ladrido que a la enredada gama de palabras de cualquier lengua.
Cómo extraño la patria de la risa, cuando era un ciudadano con plenos derechos. Qué hilarantes eran esas horas de caminar sobre las calles simplemente riendo, las calles que no iban ni venían. Esas mismas calles que hoy, gran diferencia, ni van ni vienen. Cómo extraño la risa.
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