Todavía estamos verdes
Confieso que el único llamado que tengo es el de la Naturaleza |
Así dicen de alguien que "está muy verde" o que "le falta madurar", como si la madurez fuera cosa de tiempo, como ocurre con las naranjas o los mangos. Pero, como sabemos, hay adultos inmaduros y jóvenes maduros, y niños incluso, cuya madurez sería deseable que la poseyeran muchos venerables ancianos. Obviamente en el parloteo de las personas siempre hay algo de cierto. Quiero decir, que en efecto, el tiempo guarda una estrecha relación con la madurez, ya que a medida que más edad se tiene, mayor es la cantidad de experiencias a las que se ha estado expuesto, y éstas, cuando se asimilan, nos hacen madurar.
Sin embargo, la gente cree que una persona es madura cuando puede ganarse la vida, cuando no depende de otro para su sustento. Esta idea la suscriben quienes han dicho algo como "si quieres hacer lo que te venga en gana primero aprende a ganarte la vida". O quienes juzgan de inmaduro a alguien porque no ha conseguido trabajo. Y una vez más no se equivocan del todo: la madurez implica autosuficiencia. Pero hay muchos inmaduros que ganan dinero y hasta mucho dinero...
Pero, si no son sólo la cantidad de experiencias y la autosuficiencia económica los que otorgan la madurez ¿cuál será el requisito?
Debo decir que yo siempre he sido fiel a la lógica de las cosas; que la razón invariablemente me ha parecido clara, precisa y confiable; que jamás he dudado de cosas como: si C es mayor que B y B es mayor que A, entonces C es mayor que A. Me gusta razonar y casi nunca admito ciegamente las certezas a las que llego por lo que dice la gente que me rodea. Y, por ello, en ocasiones me deleito asomándome a otras visiones, puntos de vista de aquellos que no estén tan próximos a mí. Y quisiera tocar muy brevemente una de ellas: la de los sabios derviches —como se les llama a un tipo de pensadores de alguna parte de la zona árabe del Medio Oriente— y particularmente la de un personaje muy simpático que pudo haber tenido su existencia hace ya algunos siglos: el derviche Mulá Nasrudín. De Nasrudín llegan a nuestro tiempo una serie de cuentos, dichos y anécdotas. Una de mis favoritas: una noche, Nasrudín se encontraba dando de vueltas a cuatro patas a una lámpara encendida en mitad de la calle y cuando le preguntan: "¿qué haces?", responde:
—Perdí mi anillo.
—¿Dónde lo has perdido?
—Por allá— dijo mientras señalaba una zona oscura lejos de la que se encontraba.
—¿Y porque no lo buscas allá?
—Porque allá no hay luz.
Esta respuesta instantánea, como muchas otras de Nasrudín, que es absurda a primera vista y hace sonreír; luego de un rato me da la impresión de que no es tan absurda, pues si existe alguna posibilidad de encontrar el anillo es porque éste haya rodado hasta llegar al círculo de luz. A veces la estrategia del pensamiento del derviche consiste en cambiar el sentido de una palabra del modo como suele tomarse.
La madurez, pues, también se suele asociar con la responsabilidad. Se es maduro, dicen, cuando no se "responde a los llamados de la vida" (y aquí confieso que el único llamado que tengo es el de la Naturaleza, pero eso es otro asunto); sin embargo, no hay manera literalmente de no responder a estos llamados: darse media vuelta ante un problema y no enfrentarlo también es una respuesta, aunque no sea una respuesta que nos guste.
La madurez tiene muchas aristas y como cualquier asunto; es un pez muy escurridizo que difícilmente se puede atrapar en un solo concepto. No obstante, tal vez haya una fórmula que permite acercarnos al corazón de este asunto y entenderlo —a mi juicio— de la mejor manera: se trata de un dicho popular que inscribe la madurez en el campo de la toma de decisiones: "no hay que perder lo más por lo menos". Esta frase me persuade por lo mucho que implica, y lo digo totalmente enserio: en la vida uno no puede salirse con su deseo completo porque es forzosa la negociación para alcanzar cualquier meta, cuando uno es capaz de aceptar que no habrá de alcanzar todo lo que uno quiere y que no debe desesperar por eso, pues la vida no da para más, y puede, a pesar de eso, estar contento o contenta; cuando uno consigue llegar a conformarse con esto, indudablemente ha alcanzado un nivel de conciencia al que es posible denominar madurez.
Comentarios
Publicar un comentario