No todo pasa por accidente
Vivir así, sin saber el porqué de casi todo debió haber sido un profundo desconcierto. |
A partir de esta noción de causalidad se ha venido construyendo el conocimiento y, sobre todo, la certeza de que vivimos en un cosmos, es decir, en un mundo "ordenado": el mundo es racional porque siempre que se da un determinado antecedente se produce un determinado consecuente. Los científicos, durante siglos, han buscado estas relaciones constantes y han ido comprendiendo lo que llaman las leyes de la naturaleza; pero, más allá de ello hemos adquirido la convicción de que el mundo es ordenado o, si se prefiere, que sabemos a qué atenernos. Imagínese la impresión que el mundo daba al ser humano cuando no se sabía nada: llovía de pronto porque sí, se incendiaba el bosque porque sí… todo ocurría sin que entendiéramos su porqué, su causa. Vivir así, sin saber el porqué de casi todo debió haber sido un profundo desconcierto.
Siempre ha habido, eventos cuya causa no podemos identificar y los denominamos accidentes. Es tal la cantidad causas que operan en el mundo que es prácticamente imposible poder prever un acontecimiento azaroso (efecto). De una u otra manera: sea viendo las causas o calculándolas estadísticamente, el mundo de hoy es menos extraño que el mundo primitivo donde todo sucedía por que sí, al menos, nuestra fe en que todo tiene una causa nos hace sentir menos perdidos.
Los accidentes, sin embargo, aparecen constantemente a nuestro alrededor y, sobre todo en el campo que más nos interesa: nuestra propia vida; surgen, nos sorprenden y nos dejan tan pasmados como a nuestros más remotos ancestros: el accidente de tránsito que ocurre porque los vehículos que chocan vienen exactamente a esa velocidad y, sin saberlo ni poder preverlo, corren hacia el choque; hacia el encuentro entre ambos de manera tan sincronizada y tan exacta que termina por no parecer un accidente del todo.
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