Una cosa por otra

¿Por qué Augusto Monterroso se volvió El dinosaurio; Salvador Dalí, unos relojes blandos; Velázquez, Las meninas; Rusia, la catedral de San Basílio, o México, el Día de Muertos?
Cada ciudad tiene un ícono que la representa: París sería impensable sin su Torre Eiffel, y la Ciudad de México, sin su Ángel. El Puente de Brooklyn es Nueva York, y Egipto es la Esfinge. Y lo mismo ocurre con las personas que destacan: quedan mundialmente atadas a una frase o a su obra: Einstein es E=mc^2 y Cien años de soledad es García Márquez. Los ejemplos podrían extenderse interminablemente: el Big Ben es Londres, el Coliseo es Roma, Dinamarca es una sirena sentada sobre una roca, y cuando se piensa en Australia viene a la cabeza un canguro saltando. Las razones por las que algo se vuelve de lo más emblemático son de lo más variado: a veces es su espectacularidad, otras, su rareza y en ocasiones, su sencillez que, sin embargo, lo dice todo.

Esta situación de pensar en una cosa por otra (si digo Beethoven, puede ubicar muy fácilmente la Quinta sinfonía o, más precisamente, por la secuencia de cuatro notas: ta-ta-ta-tán, a las que le sigue un ta-ta-ta-tánnnn: sol, sol, sol, mi) me es curioso, pues una computadora, aunque estuviera alimentada con toda la información de una persona o de una ciudad, jamás podría dar con la clave que hace que un elemento de toda esa información represente el todo. ¿Por qué Augusto Monterroso se volvió El dinosaurio; Salvador Dalí, unos relojes blandos; Velázquez, Las meninas; Rusia, la catedral de San Basílio, o México, el Día de Muertos?

¿Qué es lo que nos permite sustituir el nombre de alguien por un rasgo? Los seres comunes y corrientes somos representados por un rasgo que nos oculta para siempre de la mirada del otro y obra como prejuicio,  como si fuera un disfraz del que no podemos librarnos. Somos el amigo solidario por una vez que tendimos la mano, o el canalla porque una sola vez dimos la espalda. Y, por lo mismo, ¿cómo poder zafarse de la famosa generalización de género de "todos los hombres son iguales"?

Esta generalización, este tomar "la parte por el todo" barre hasta con la analogía: decimos (y no solo decimos, sino que hasta lo pensamos) "una cosa por otra". Y da igual si se trata de una frase cursi: "tus dientes de perla", o como el verso de Huidobro: "el beso hincha la proa de tus labios", el funcionamiento es el mismo: se toma una cosa por otra y lo importante es que se entiende. 

¿Qué es lo que hace posible que los seres humanos entendamos los dobles sentidos, los chistes, los albures?, ¿qué vieron los hablantes de la lengua maya en la lluvia que erigieron un dios con nombre que me re encanta: Chac Chac (que no es más que la imitación del sonido de la lluvia cuando choca contra el suelo: chac chac)? Una cosa por otra. Eso que llamo "cambiar una cosa por otra"consiste solo en bautizar el misterio, contar con un nombre para referirme a él; pero no resolverlo, no aclarar nada: sólo bautizar lo que no entiendo.

Si sólo entendiéramos la acepción principal de cada palabra no seríamos capaces de hilar dos palabras, porque no es lo mismo "perro" que "perro café": una palabra califica a la otra, la afina. Docenas, cientos, miles de palabras forman un discurso y, por ello, los discursos dicen más que cada palabra (o  no sé si más, pero sí otra cosa), y eso nuevo que dicen lo entendemos. ¿Cómo es posible esto? Más aún, al hablar, al entonar una frase, decimos, según sea el tono, cosas distintas. No es lo mismo: ¡te amo!, que ¿te amo? Al hablar siempre decimos algo nuevo, incluso aunque hablemos como Sancho Panza con refranes y frases hechas.

¿Cómo es posible que entendamos significados desbordados? No lo sé. Decir que somos seres de lo ambiguo, que nos movemos en la vaguedad del universo es sólo describir lo que pasa; no explicarlo. Es como ver que está lloviendo y decir: "está lloviendo". Nombrarlo no explica cómo es posible la lluvia, qué la causa. Por eso me resulta inconcebible que siendo el lenguaje un medio al que constantemente se le escapan los significados sirva para ponernos, pero sobre todo, para no ponernos de acuerdo.

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