Mi propio entusiasmo

 ¿Qué pasa cuando uno no tiene la suerte de topar con otro capaz de entusiasmarnos?
Cuando los trovadores de la Edad Media recorrían los poblados llevando su poesía y su canto era un acontecimiento tan excepcional que quienes tenían la fortuna de escucharlos quedaban "encantados"; literalmente llenos del canto que los había extasiado. Y antes de ese tiempo, en la Grecia clásica, ocurría un fenómeno semejante: una voz ajena se apoderaba de algunos privilegiados y los convertía en poetas; entonces se decía que esos inspirados estaban "entusiasmados", literalmente poseídos de la gracia de los dioses.

Estar encantado o entusiasmado es estar invadido por otra persona, literalmente enajenado, lleno de alguien ajeno; no estar uno solo sino con alguien más: con otra persona dentro de uno. De ahí que estar enajenado o alienado sea equivalente a estar loco; aunque ciertamente se trate de una locura especial, pues quien está encantado o entusiasmado es aquél cuyo estado emocional se caracteriza por la viveza. El entusiasta es animoso, está frenéticamente interesado y (esto es lo que me atrae de este tema) muy lejos de no hallarle sentido a la vida; todo lo contrario: el entusiasta posee la vivencia de que la vida tiene pleno sentido y se experimenta feliz, contento: precisamente entusiasmado.

Parecería ser que el entusiasmo siempre
 viene de otro: de lo nuevo bueno, de las musas o del enamoramiento (también el amor es una manía; recuérdese El banquete de Platón); pero ¿qué pasa cuando no hay esa otra persona que nos dé el sentido, el brillo, las ganas, el entusiasmo? ¿Qué pasa cuando uno no tiene la suerte de topar con otro capaz de entusiasmarnos? ¿Se tendrá que esperar esperanzado a que esa persona aparezca o podremos nosotros mismos producirnos entusiasmo? ¿Será posible la autosuficiencia: auto-entusiasmarnos?

Yo creo que sí, y la clave se remonta en una idea de Pascal. Una idea bastante extraña en un filósofo religioso que además conocía muy bien a santo Tomás. "Si quieres creer en Dios, arrodíllate y reza", dice Pascal, o, en otras palabras: la fe puede autoproducirse. Esta idea es extraña, porque de acuerdo con una amplia tradición que se remonta a Tomás, la fe es concedida por otro: nada menos que por Dios. La fe es una gracia, un don y no se obtiene por voluntad; por voluntad se llega cuando mucho, a lo que Tomás llamaba los preámbulos de la fe. Y debo dejar en claro que no soy, para nada, religioso.

Esta idea pascalina indica que los actos terminan por propiciar en nosotros los estados emocionales congruentes con esas prácticas. Yo no sé si la fe o el amor puedan despertarse, pero si estoy seguro de que uno puede generarse entusiasmo de manera autónoma, es decir, sin la cooperación de otro; que con una voluntad práctica uno puede autoproducirse el entusiasmo. Así, en vez de esperar pasivamente a que ocurra el milagro de una aparición benéfica, podemos nosotros solos, poniendo manos a la obra, terminar por encantarnos y entusiasmarnos.

Parecería un asunto trivial, pero no lo es tanto si uno por fin encuentra a alguien o a algo capaz de entusiasmarnos, y luego lo poco que ese entusiasmo dura frente al tiempo que todo lo encochambra. Ese alguien o algo se desgasta, se rompe y uno se queda hundido en el desánimo. "Arrodillarse y rezar" es la metáfora de cualquier curso de acción al que uno puede entregarse, inicialmente con un inevitable desgano; pero a fuerza de practicarlo terminará por encontrarle la gracia o, mejor aún, produciendo en uno el entusiasmo que nos libre de la depresión, del desencanto. "Arrodillarse y rezar" es literalmente hacer algo y la receta es buena... No lo sabré yo que hasta pegando palabras en la soledad he encontrado una forma de encantarme.

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