Porque sí

He tenido que recorrer mi vida, bajo presión y ajetreada en exceso, para venir a darme cuenta.


Dice Schopenhauer —y es un gran consejo— que cuando la alegría se presenta no hay que hacerle preguntas, sino dejar que simplemente llegue y permitir que se instale. Imagínense hacerle preguntas a la alegría: las más hondas serían: ¿por qué? y ¿para qué? El ¿por qué? indaga la causa, el origen, la razón de ser. Es posible que la alegría venga de algo y sería interesante descubrirlo, aunque con seguridad la perderíamos si nos pusiéramos a averiguarlo. La pregunta ¿por qué? es viable frente a la alegría, aunque resulte necia si de lo que se trata es del disfrute de la vida. En cambio, preguntar ¿para qué la alegría? no simplemente es necio sino absurdo, pues la alegría no es un medio como lo es el dinero, por ejemplo. Cabe preguntar ¿para qué el dinero? porque pueden darse múltiples respuestas; pero ¿para qué la alegría? no admite más respuestas que una carcajada de descalificación a quien se atreva a hacer tan imbécil pregunta. Esto ocurre porque la alegría es un fin en sí mismo.

He tenido que recorrer mi vida, bajo presión y ajetreada en exceso, para venir a darme cuenta de que muchas cosas que he hecho o me han pasado eran fines y no medios. Por fortuna nunca he malentendido el amor o el placer, de ellos sí sé que no son para nada más; desde el principio los admito y los sigo admitiendo sin buscarles otro beneficio. Pero a muchas otras cosas que eran plenas en sí mismas les anduve buscando consecuencias y por un tiempo desperdicié su goce implícito, por no decir que las eché a perder.  Una de ellas fue escribir. Yo escribía por gusto desde hace años, por el placer inmenso que me dan estas locomotoras de sentido que salen de mis manos y, craso error, esperaba que algo más pasara con lo que escribía: esperaba el éxito, el reconocimiento, la fama y hasta la gloria... Qué burro fui. Ahora escribo porque sí: por el gusto que me da hacerlo y me importa un bledo si mis palabras forjadas a fuerza de dedazos sobre el display son aplaudidas o desdeñadas.

Y también esperaba que saliera algo más de la amistad. La Amistad, así con mayúscula, ese grato encuentro con el camarada entrañable, confidente y testigo, alter ego, hermano elegido y no biológico.  Ese amigo o amiga al que da gusto ver porque sí, para pasar el rato, para pasar la vida entre chanzas, chismes y chistes, para echar la verdad de uno para afuera, y que es cómplice, compinche y compañero... Esperaba algo más de mis amigos: que pensaran en mí para alguna oportunidad, que contara con ellos para algún apuro, que fueran útiles para algo; cuando eran ya de por sí absolutamente útiles sin darme nada más que su amistad. Hoy también reivindico la amistad como un fin y ya no como un medio.

Está bien trabajar, ahorrar, hacer miles de esfuerzos penosos para conseguir con ellos ingresos, techo, comida, viajes, placeres, lo que sea que cada quien tenga que hacer para sobrevivir; pero pervertir lo que es fin en sí mismo convirtiéndolo en un miserable medio es la manera más triste de desperdiciar los gustos que uno puede darse en la vida.

No se lee un libro para aprender, estar informado, opinar, ganar más dinero, dárselas de culto; se lee porque sí, porque es fascinante meterse en otras vidas, entender otras formas de pensar. No se hace ejercicio para mantener la salud, estar esbelto... Se hace ejercicio porque es divertido nadar o andar en bicicleta o perseguir una pelota.

No se estudia para, ni se pasea para, ni se pinta para, ni se investiga para, tampoco debería cultivarse la tierra para, ni levantar un edificio para, ni pavimentar una calle para... Todo cuanto hacemos debería ser como la alegría: fin y no medio. 

Fin.

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