Una canción es suficiente para recordar
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La música tiene una meta-conversación que ocurre sin que nos demos cuenta. |
Mi acervo musical suma las recomendaciones que me han hecho muchísimas personas: amigos, familiares, conocidos, y otras tantas que he descubierto por cuenta propia. Un ecléctico y afortunadísimo desastre. Desastre que terminó de perfeccionarse en los trayectos del transporte público.
Ahora que el fin de año se cierne sobre nosotros, y que el apocalíptico 2020 nos ha cobrado las facturas más caras y no sólo con dinero, sino también cargándose vínculos, relaciones, tranquilidades y certezas; el modo nostalgia se apoderó de mí. Ni modo que no.
Y quién lo iba a decir, extraño el transporte público como era antes. Estos días he escuchado una cantidad exorbitante de música: he extrañado. He extrañado, sobre todo, esa emoción del descubrimiento que tuve tantas veces escuchando la mejor selección musical que pueden imaginarse. Al grito de "Sí, mire, se va a llevar en formato MP3 lo mejor del rock en español" y con tremendas bocinas instaladas en una moderna mochila que fuera la envidia de todo amante de la música, y que ni el trueno de Zeus, me hacía sentir cómo mis emociones respondían de inmediato a la melodía en turno.
Porque la música —y los reto a que lo experimenten y me desmientan— es capaz de transformar el ánimo de una manera tan poderosa y profunda que parece cosa de encantamiento. Según el tono de las notas y del espíritu, uno puede sentir que lo tiene todo y que no quiere nada o exactamente al revés: que no tiene nada y lo quiere todo.
El caso es que en días recientes, por el cumpleaños de John Lennon y porque Los Beatles son eternos, pasé varias horas escuchándolos. Y de pronto, un tema me mandó como diez años atrás con tremendo golpe de nostalgia cuando comenzó a sonar: Strawberry Fields Forever.
Esos juglares del transporte público (nunca mejor dicho) recitaban en español los títulos de las canciones, y era un gozo reconocer ese talento que, quizá, solo hay en México "Revolución número nueve", "Aquí viene el sol", y la mejor "Campos de fresas por siempre". Recuerdo que, a mis 15 o 16 años no sabía cabalmente —y no me juzguen por esto, sabios todopoderosos— quiénes eran Los Beatles, o The Beatles, o De Birels, o Dá Bitles si les da por la pronunciación british. Y los descubrí en el transporte público escuchando un disco en formato MP3, sentí que esa línea que dice: "Living is easy with eyes closed..." me hablaba tan directamente que no pude evadirla: me hipnotizó la melodía. Ayer por la mañana volví a escuchar Strawberry Fields Forever y mi algoritmo cerebral fue directo a Splendor in the Grass de Pink Martini, porque hay un diálogo directo entre las canciones. La música tiene una meta-conversación que ocurre sin que nos demos cuenta ni podamos evitarlo, y nos hiere y nos transforma de maneras insospechadas.
Pues con eso revoloteando en mi mente, me asomé a las redes sociales para confirmar, con tristeza, que la reducción que estamos haciendo de nuestro espectro temático es implacable; así que el 9 de octubre, claro que aparecieron los hashtags de Lennon y The Beatles, pero poco. El tema fue el debate, los fideicomisos,... de acuerdo, no hay que bajar la guardia pero es duro ver que quedan pocos espacios para mover la conversación más allá de la polarización política que tan podridos nos tiene. Con todo respeto. Es que digo, pasamos el 28 de septiembre y el primer aniversario de la muerte de José José transcurrió sin pena ni gloria. Es José José, carajo.
Y bueno, volviendo a los hallazgos que llegaron con mis trayectos en el camión urbano. Un día descubrí el disco blanco y Happiness Is A Warm Gun terminó de desarmarme, y ni les cuento cuando escuche Something por primera vez. Después vinieron los grandes playlists de The Doors, Bob Dylan, lo mejor de la salsa (cómo chingados no), los boleros románticos que me presentaron a Ibrahim Ferrer y su Aquellos Ojos Verdes, que a su vez me llevó a Omara Portuondo. Y hasta una compilación de guitarra flamenca que me llevó a Paco de Lucía, y de Paco de Lucía a Chick Corea, luego a Charlie Parker y John Coltrane... la lista podría seguir y seguir para no terminar con los asombros nunca.
Se puede decir que soy un trapo musical hecho de retazos: lo mismo salto de las bandas de Jazz al Rock que del R&B a la música para trapear. Y disfruto a Pink Floyd tanto como a Frankie Ruiz, puedo ir del grunge de Pearl Jam a las rancheras de la mismísima Chavela Vargas, claro que si. Voy de Sergio Mendes a Juan Gabriel en subibaja y sin pudor. Hoy mis playlists son digitales pero nunca será igual que viajar en el autobús, rodeado de almas sudorosas sintiendo la música, con los pies acompasados marcando apenas el ritmo mientras el pregonero subía el volumen de las bocinas y recitaba los títulos de las canciones traducidos al español.
Quién tuviera campos de fresas por siempre. ♫
Saludos amigo
ResponderEliminarMe agrada el contenido de tu blog, en especial este de "Los buenos tiempos"