Sobre el amor y el dar
Ha de tenerse una gran sutileza en el dar. |
Con la acción de dar se abre un mundo de asuntos interesantísimos. El primero que me viene a la mente lo aprendí de Baltasar Gracián: ha de tenerse una gran sutileza en el dar, dice, pues de lo contrario la buena acción convierte al beneficiado en enemigo del benefactor: quien recibe se siente en deuda y, si ésta crece, el agradecimiento se transforma, porque quien nunca puede devolver el favor —y con ello colocarse a la altura del otro— se siente humillado o, en otras palabras, la mera presencia del dadivoso restriega al beneficiado su condición de inferior.
Otro asunto relacionado con el dar lo encontré en Nietzsche, quien a propósito de las limosnas dice: “si sólo se dieran limosnas por piedad todos los mendigos habrían muerto de hambre” y en otro lado agrega: “no soy lo suficientemente pobre como para dar limosnas”. El dar debilita y condena a quien recibe a mantenerse en su estado, pues lo vuelve dependiente y, además, el dar también contiene el placer de sentirse superior. Gracián y Nietzsche se complementan: uno desnuda el agradecimiento (detrás de la sonrisa hay un sujeto humillado, envidioso y resentido) y el otro, al piadoso (detrás de su gesto altruista hay un sujeto que se regodea en su superioridad, que se experimenta poderoso).
Pero dejemos las dádivas materiales, ¿qué ocurre cuando se da otra cosa? me refiero a las cosas no materiales como el conocimiento o el amor.
Con el conocimiento sucede algo raro, pues a diferencia de aquellas cosas que al darlas, uno deja de tenerlas (si te doy mi reloj, ya no lo tengo); con el conocimiento ocurre que sólo dándolo se tiene realmente, es decir, si no somos capaces de explicar comprensiblemente lo que sabemos es porque tampoco lo tenemos. El conocimiento se posee plenamente cuando puede darse.
Y respecto del amor, ¿qué es lo que se da cuando se da amor? ¿Qué clase de bien es el que se regala al otro? Es uno quien se entrega, sí; pero ¿qué cosa es uno? ¿Cuerpo?, ¿espíritu?, ¿buenas vibras? ¿Uno es cuerpo, espíritu y buenas vibras? No. Lo que uno da en el amor es todo lo que uno es, y todo lo que es uno es tiempo. Soy tiempo, somos tiempo, y lo único absolutamente auténtico que uno da en el amor es su tiempo. Esto no significa que endosemos nuestra vida a la del otro para siempre. Significa que siendo tiempo, vamos gastándonos como se gasta el tiempo; pero un tiempo que gastamos sin ninguna queja, sin ningún reparo, sin sentir que lo estamos perdiendo, sino que lo damos absolutamente gustosos, dure un segundo, un mes, un año o una década. Lo que damos en el amor es lo que somos: tiempo, ¿para qué? Para nada. Simplemente nos damos por el gusto de darnos. No es un buen negocio ni un mal negocio. El amor no tiene que ver con el negocio ni con el ocio, sino con ese porque sí que hace que la vida valga la pena.
¡Dense!
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