La nostalgia del tiempo
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Nuestros días van llenándose de acontecimientos: suceden muchas cosas en un día y, en ocasiones, pasa algo significativo... |
Pasado el 6 de enero, hay unos vientos de pesadumbre que andan en estas fechas por las que antes habían unos más alegres y tejocoteros. En otros años, la gente se reunía —me acuerdo— para divertirse; había vacaciones, aguinaldos y, sobre todo, el ánimo ritual de cerrar en un círculo mágico la maligna linealidad del tiempo. Hoy las piñatas pueden hacer llover, además de cañas y tejocotes, virus mortales sobre los asistentes: tuvimos que quedarnos en casa si no queríamos engrosar la cifra de las muertes.
Venimos de un año bien culero que se extiende sobre el nuevo; y todavía los bordes del final de la pandemia se ven lejos. Cambiamos de número de año pero no de problemas. Para desgracia de todos, cambiar de fecha no modifica la realidad mágicamente. 2021 entra y muchos seguimos en nuestras oficinas virtuales, en nuestras clases frente a la pantalla, en las llamadas telefónicas de lo que siempre urge y a las reuniones de chat, que no por fantasmales y distantes son menos perentorias y reales. En suma, hay pocas esperanzas, pero hay.
Y esque ha pasado tanto tiempo desde que inició la pandemia que comienzo a pensar que he perdido la manera de dimensionar el tiempo mismo. A ver, los días son, sin más, paquetes de horas que pasan, que se van. Ademas, les hemos puesto nombres y los hemos agrupado en series a las que llamamos semanas. Así los distinguimos y hasta hemos podido asignarles diferentes tareas que nos permiten reconocerlos: no son lo mismo los jueves que los domingos ni los sábados que los viernes. Sin embargo, insisto, todos los días son iguales: son meros paquetes que miden 24 horas.
Incluso, extremando este planteamiento, ni siquiera existen propiamente los días; son designaciones que nos han parecido apropiadas para armar unidades que contengan horas diurnas y horas nocturnas en el continuo paso del tiempo.
Nuestros días van llenándose de acontecimientos: suceden muchas cosas en un día y, en ocasiones, ocurre algo significativo: uno conoce a una persona o pierde a un ser querido, nos ocurre un accidente o nace alguien que nos importa. Entonces se establecen fechas inolvidables, y cada quien va fijando su propio calendario afectivo. Para mí los 24 de febrero, los 28 de septiembre, los 19 de octubre y los 21 de julio son fechas decisivas. Fechas que se me han tatuado para siempre en el alma. Cada quien tendrá su propio calendario con sus fechas alegres o siniestras. Para cada quien, un día que le había parecido tan normal como cualquierotro, se convierte en el mejor o en el peor de los días para el resto de su vida.
Y entre todos los días hay uno que tiene su hora y su minuto y su segundo irrebasable para cada uno de nosotros: ese instante en el que desertaremos del tiempo sin haberlo entendido, habiéndolo desperdiciado o aprovechado, da igual. Un día que no sabemos ni sabremos ni recordaremos. Un día, como todos los otros, a partir del cual, el tiempo seguirá sin nosotros.
Llegará un día en el que ya no podremos decir "buenos días", "pásame el salero", "qué calor hace", ni: "¿cuál es el plan?", pues ese día ya jamás será nuestro de nuevo. Hoy, sin embargo; buenas tardes-noches a todos, a todos aquellos que siguen aquí hoy, en este día. Disfruten, pues.
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