A propósito del amor
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Sólo en una “individualidad de dos” se halla satisfacción. "El Beso", Rodin. Museo Soumaya, CDMX. (esta foto fue tomada antes de la pandemia) |
Naturalmente, la reflexión a propósito del amor es sumamente desagradecida. Si un médico habla sobre la digestión, por ejemplo; la gente escucha con respeto y curiosidad. Pero si alguien decide dar una opinión crítica sobre el amor, todos lo escuchan con desdén, mejor dicho, no lo escuchan, no se enteran, porque todo aquel que tiene alguna relación amorosa se cree doctor en la materia. En pocas cosas aparece tan de manifiesto la estupidez habitual de las personas. Como si el amor no fuera un tema teórico como muchos otros y además hermético para quien se acerca a él con agudos instrumentos intelectuales.
El amor, pues, es una operación mucho más amplia y profunda, más seriamente humana, pero menos violenta. Todo amor transita inevitablemente por la zona frenética del enamoramiento; pero eso no significa que después de cada enamoramiento siga auténtico amor. No confundamos la parte con el todo. Nos enamoramos cuando sobre otra persona nuestra imaginación proyecta inexistentes perfecciones. Un día esas perfecciones se desvanecen, y con ellas muere el amor inevitablemente. Esto es peor que declarar ciego al amor, el amor es menos que ciego: es visionario. No sólo no ve lo real, sino que ve cosas de más. Dejemos de creer entonces, pues, que se está enamorado en la proporción que uno se haya vuelto estúpido o dispuesto a hacer disparates.
Si lo pensamos un poco más objetivamente, todos los hombres que una mujer conoce, por ejemplo, están a una misma distancia de atención de ella, digamos, en fila recta. Pero un día este reparto de atención igualitario cesa. La atención de la mujer tiende a detenerse por sí misma sobre uno de esos hombres y pronto le supone un esfuerzo desprender de él su pensamiento, movilizar hacia otros objetos o personas su propia atención. La fila rectilínea se ha roto: uno de esos hombres queda destacado, a menor distancia de atención de la mujer. El enamoramiento no es más que atención detenida en otra persona. Todos los que se enamoran se enamoran en igual medida: el listo y el tonto, el joven y el viejo, el rico y el pobre. Esto confirma el carácter mecánico del amor, pero ¿qué es lo que fija la atención de una persona en otra? ¿qué género de cualidades logran la ventaja sobre la “fila” indiferente de los demás? Pareciera que no existe ninguna cualidad que enamore universalmente.
El enamoramiento es, por lo pronto, un fenómeno de la atención. Un tipo de atención que se produce en una persona. Cuando se fija la atención sobre un objeto por más tiempo o con más frecuencia de lo normal, hablamos de manía. Si lo pensamos, casi todos los grandes personajes de la historia han sido maniáticos, sólo que las consecuencias de su manía nos parecen útiles o estimables. Cuando preguntaron a Newton cómo había podido descubrir su sistema mecánico del universo, respondió: “pensando en ello día y noche”, lo cual es una declaración de manía absoluta. De aquí que todo enamoramiento tienda automáticamente al frenesí. Y esto lo saben muy bien los “conquistadores” de ambos sexos. Una vez que la atención de una persona se fija sobre otra, es a ésta muy fácil de llenar por completo su preocupación. Basta con un sencillo juego de estira y afloja, de solicitud y desprecio, de presencia y ausencia. El pulso de esta técnica actúa como una máquina neumática de doble efecto en la atención del sujeto y termina por vaciarla de todo resto de cordura. La mayor parte de los amores se reducen a este juego sobre la atención del otro. Bien dice la gente: “le absorbió el cerebro”. En efecto: la atención del amante está absorbida por otro ser. Cuando hemos caído en este estado de angostura mental, de divagación psíquica, que es el enamoramiento profundo y verdadero, estamos perdidos. Al enamorado solo lo puede salvar un choque violento recibido desde fuera, un tratamiento al que se obligue. De ahí que la ausencia, los viajes, sean una buena cura para los enamorados.
El amor surge entonces como un impulso hacia el otro, con la intención de recuperar la parte perdida, dice Platón. Y dice bien; pero se queda corto, pues no agrega que el amor es, principalmente, un acto de rebeldía contra la cordura. Por otro lado, creo que el amor es obra de arte mayor, magnífica operación de las almas y de los cuerpos. Pero es indudable que para producirse necesita apoyarse en una porción de procesos mecánicos, automáticos y sin espiritualidad verdadera alguna. Procesos que son, por sí solos, bastante estúpidos y, como ya dije, funcionan mecánicamente. Las personas más capaces de pensar sobre el amor son los que no lo están viviendo al momento, y los que lo viven son incapaces de detenerse a meditar sobre él y analizar con sutileza su plumaje tornasolado. El problema de esto es que un amor no se puede contar: al comunicarlo se desdibuja, se volatiliza. Habría que recurrir, cada quien, a su propia experiencia.
El amor es actividad sentimental pura hacia un algo. Es decir, que a pesar de ser una invención humana, lo percibimos con nuestros sentidos: por la vista nos enteramos de la existencia del otro, con el olfato podemos anticipar su cercanía, con el tacto lo tenemos a la mano y su cercanía es aún más próxima; es momentáneamente nuestro hasta hasta fundirse con uno mismo mediante el gusto, que es propiamente el beso. Queda pues, por una parte, separado de todas las demás funciones intelectuales (percibir, atender, pensar, recordar, imaginar, etc.); y por otra parte, del deseo con que regularmente lo confundimos. Cuando uno tiene sed desea un vaso con agua, pero no lo ama.
Cuando el amor sexual apenas comienza, el amante experimenta una extraña urgencia de disolver su individualidad en la del otro, y viceversa, en absorber en la suya la del ser amado. Misterioso afán. Porque mientras en todos los otros aspectos de la vida, nada nos repugna tanto como ver invadida nuestra individualidad por otro ser; la delicia del amor consiste en sentirse metafísicamente poroso para otra individualidad, donde sólo en la fusión de ambas partes, sólo en una “individualidad de dos” se halla satisfacción.
Creo que el amor que sigue del enamoramiento (que es, a mi juicio, la cima de todos los erotismos) es el que nos hace sentirnos absorbidos hasta la raíz de nuestra persona, como si nos arrancara de nuestro propio fondo vital y viviésemos trasplantados a él. No es un querer entregarse, sino un entregarse sin querer. Y dondequiera que la voluntad nos lleva, vamos irremediablemente entregados al ser amado, incluso cuando nos lleva al otro extremo del mundo para apartarnos de él.
Piensen lo que quieran, pero para mí la culminación de la vida consiste en un amor limpia y finamente dramático.
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