El pedo (Ehécatl)

E hizo sonar de su culo una triunfal trompeta...

En el barrio de mi infancia esta práctica se había convertido en una forma de interlocución, un reto, una exhibición de poder o una verdadera gramática heterodoxa sin timideces. No falta quien lo ve como un remanente de los cultos de nuestros antepasados al dios del viento. Hablo de la polifonía de sucesiones ásperas, nacida desde lo más profundo de nuestro ser.

En el barrio, el pedo adquiría el valor de una lengua franca, pero eso sí, practicada únicamente por hombres. Aquí existía desigualdad de género porque las mujeres eran marginadas de este ritual que cobraba su máxima expresión donde conjugan la amistad y la confianza: en los talleres mecánicos, los baños comunes, las panaderías o simplemente en la calle mientras se jugaba o dialogaba con los amigos de la cuadra.

Muy pronto tuve la certeza de que pedorrearse era casi un deber colectivo. Uno estaba obligado a instruirse y pulir la técnica, igualar los registros de los más grandes maestros para ser competitivos en esa academia callejera. Echarse un buen pedo es imprescindible para ingresar con dignidad a la conversación de la tribu.

Como aprendices nos quedábamos maravillados tratando de entrever el significado de esos rugidos que eran el sello distintivo de nuestros mejores exponentes. "... e hizo sonar de su culo una triunfal trompeta" dijo Dante en el canto XXI de su Infierno. Culos barítonos, de educada tesitura; timbres varoniles que podían, con un poco de esfuerzo, alcanzar una octava; ronquedades con suficiente fuerza neumática para levantar el polvo, las hojas secas de la calle y hasta producir fuego. A esos culos se les podía reconocer por el tono de la voz. Culos que sonaban como si se rasgara una estruendosa tela. Se sabe que cuando esos hombres levantan una piernita ya están profiriendo una amenaza. Pero también había personas como un sujeto al que se le conocía como el Pedos tristes; un hombre escuálido, alto y cadavérico cuyas flatulencias eran una proyección de su personalidad: exhalaciones enclenques de mucho menor calibre que un suspiro.

Una vez,  siendo un niño, quise emular esas proezas, pero ante mi eminente fracaso solo recibí un despectivo:  "¡Pinche culo de señorita!". No me quedó más que practicar para pulir mi propia técnica. Podrá parecer exagerado, pero, cuando de un desafío se trata, un esfínter entrenado puede incluso ejecutar una mentada de madre con sus cinco notas y silencios. Cierta vez escuché a un panadero intentar reproducir una mentada de madre, pero sólo llegó hasta la tercer nota porque se cagó. Está claro que esas gestas no son para cualquiera

En los juegos de la calle había que andarse con cuidado. No te podías agachar a recoger la pelota porque ya tenías a alguien masacrándote la cara con un pedo. Tampoco faltaba quien te diera una ruidosa bienvenida a la reunión vespertina del clan. Y era momento de hacer uso del repertorio de exclamaciones que sólo comprende quien ha vivido el inframundo callejero: ¡Saaaco! ¡Sacudo por no barrer! ¡Saaangre! ¡Saaalubridad te recoja!

Debo decir que en mi generación hubo talentos en el arte de pedorrearse, jóvenes promesas que no llegaron a prosperar por mera desidia, por falta de pasión al oficio, con lo cual cancelaron su paso a la posteridad. Esa cultura sonora no es gratuita. No olvidemos que nuestra dieta mexa está gobernada por el frijol, además del maíz. Nuestro universo culinario no puede concebirse sin esa leguminosa pródiga en sabores y texturas. Frijoles charros, frijoles con salsa, frijoles con huevo, frijoles refritos, tamales de frijol, tortas de frijol, enfrijoladas, arroz con frijoles, queso con frijoles, frijoles con más frijoles y un sinfín de combinaciones aún más peligrosas si añadimos cebollas asadas, guajes, pepitas de calabaza o rábanos. Aunque ahora se sabe que el frijol no es la única leguminosa que produce gases, siempre cargará con esa culpa indiscutiblemente.

Es inevitable consignar ese tiempo del paso de nuestra vida en el barrio, en la que el pedo fue por un momento un símbolo de identidad. Muchas veces imagino un cuarteto integrado por las voces más representativas: algo así como una tuba, un corno francés, un trombón y un clarinete. Sueño imposible porque los más virtuosos ya se han desvanecido en el remolino del tiempo. Pero ante el silencio que prevalece, algún veterano podrá afirmar que a los culos ya no los hacen como antes.

Comentarios

Entradas populares